jueves, 8 de noviembre de 2012

Hijos de la fregada!

Me he topado con ciertos estereotipos en esta ciudad. Este artículo los describe muy bien. En lo personal me identifiqué con éste personaje.

mercadólogo iracundo
Mark Zingarelli

El mercadólogo furioso

Editado por Nan Wiener y Jenna Scatena.

Parte del encanto de trabajar para una startup (empresa que está empezando) es el formar parte de un ambiente cool, creativo y listo, donde mis ideas puedan ser escuchadas. Es lo que sus fundadores te prometen -eso y un jugoso paquete accionario. Pero todo es un engaño. Todo. Acepté una gran reducción a mi salario porque el fundador dijo que mis acciones valdrían mucho algún día. Me entusiasmé demasiado.

La realidad es que las startups no son tan diferentes de cualquier otro lugar de trabajo. Estas compañías son las pequeñas mascotas de sus fundadores, y ellos quieren tener el control sobre todo. La principal diferencia es que acá no hay un departamento de Recursos Humanos, lo que las convierte en un hervidero. Digo, el nivel y frecuencia de las discusiones es absurdo. La intensa presión y pasión -aunadas al hecho que sólo se tiene cierto capital, y que si no funciona te quedas desempleado-las convierte en un lugar de trabajo explosivo. Una vez nuestro gerente de proyectos enloqueció. Azotó puertas, aventó objetos, incluso golpeó la pared. Reacciones verdaderamente histéricas, por las cuales, de trabajar en una compañia normal, te liquidarían al instante. Pero acá no hay una autoridad que diga "no".

También está el síndrome del hijo pródigo. Todo mundo se siente excepcional-y eso es un desastre. La gente se casa con sus ideas, incluso cuando algo no está funcionando, se aferran. Hay una omnipresente necesidad en el mundo de las startups de avanzar a toda costa.

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Así las cosas. Lo bueno es que existe el Internet y siempre hay algo por hacer...

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